domingo, 24 de mayo de 2009

La Memoria ....

Los viejos amores que no están, la ilusión de los que perdieron, todas las promesas que se van, y los que en cualquier guerra se cayeron.
Todo está guardado en la memoria, sueño de la vida y de la historia.
El engaño y la complicidad de los genocidas que están sueltos, el indulto y el punto final a las bestias de aquel infierno.
Todo está guardado en la memoria, sueño de la vida y de la historia.
La memoria despierta para herir a los pueblos dormidos que no la dejan vivir libre como el viento.
Los desaparecidos que se buscan, con el color de sus nacimientos, el hambre y la abundancia que se juntan, el mal trato con su mal recuerdo.
Todo está clavado en la memoria, espina de la vida y de la historia.
Dos mil comerían por un año con lo que cuesta un minuto militar.
Cuántos dejarían de ser esclavos por el precio de una bomba al mar.
Todo está clavado en la memoria, espina de la vida y de la historia.
La memoria pincha hasta sangrar, a los pueblos que la amarran y no la dejan andar libre como el viento.
Todos los muertos de la A.M.I.A., y los de la Embajada de Israel, el poder secreto de las armas, la justicia que mira y no ve.
Todo está escondido en la memoria, refugio de la vida y de la historia.
Fue cuando se callaron las iglesias, fue cuando el fútbol se lo comió todo, que los padres palotinos y Angelelli dejaron su sangre en el lodo.
Todo está escondido en la memoria, refugio de la vida y de la historia.
La memoria estalla hasta vencer a los pueblos que la aplastan y que no la dejan ser libre como el viento.
La bala a Chico Méndez en Brasil,150.000 guatemaltecos, los mineros que enfrentan al fusil, represión estudiantil en México.
Todo está cargado en la memoria, arma de la vida y de la historia.
América con almas destruidas, los chicos que mata el escuadrón, suplicio de Mugica por las villas, dignidad de Rodolfo Walsh.
Todo está cargado en la memoria, arma de la vida y de la historia.
La memoria apunta hasta matara los pueblos que la callan y no la dejan volar libre como el viento.

domingo, 19 de abril de 2009

Amor de madre.

13 de Diciembre del año 1980 las tres y veinticuatro nace un niño blanco con ojos azules, cabello castaño su madre orgullosa después de tanto luchar sonríe por primera vez desde hace un tiempo y luego llora, la partera curiosa pregunta cual es la razón
Y era que el padre con solo seis meses de aquel embarazo los abandono, no dejo ni motivos ni huellas una mañana se fue y no volvió, y esa madre no olvida aquel día en que aquel hombre ingrato le fallo.
El niño con ocho meses se parece a su padre y ya dice mamá y los conflictos comienzan a la renta le faltan dos meses, la plata que entra no alcanza para nada y nadie quiere ayudar ella piensa y entiende que lo único que importa es que su niño necesita un techo y comida.
A la mañana siguiente toma una decisión, la prostitucion la llevo a mejorar su economía, mientras ese niño crecía nunca se dio cuenta de lo que hacia su madre solo por el. Iban pasando los años y el niño lindo de mami crecía como un rey nada se le negó, creído y presumido el joven se ha vuelto, se cree el mejor.
Solo tiene un amigo de infancia y muchos enemigos por su personalidad.
Cuando llegues a grande quiero que seas abogado o un gran militar, le decía su mamá cada vez que el dormía.
No te olvides que no tienes padre, la novia que elijas te tiene que amar, aunque yo sea tu madre, tu padre, y tu mejor amiga
16 de Diciembre del año 2003 el ya no es un niño, tiene veintitrés, malas amistades y usa drogas también, consejos le dio su madre y el nunca los escucho.
Un día tocaron la puerta eran tres oficiales buscando un acecino con su descripción su madre no lo creía y mientras lloraba decía: mi hijo a nadie mato, ten piedad mi dios, le importaban un comino las pruebas su hijo era inocente en su corazón.
Mientras su hijo sufría en la cárcel, mas sufría su madre hasta que un día murió, recién en ese momento el joven se dio cuenta de lo que valía su madre, se echo toda la culpa sufriendo día y noche, avergonzado.

Este es la historia de una madre inconciente que criando a su hijo cometía un error.No oyo consejos, hirió sus sentimientos y aunque vendió su cuerpo por su hijo lucho.Amor de madre es un amor infinito, ese fruto en el vientre es un regalo del cielo.Algunas veses cometemos errores, y esta pobre mujer no tuvo otra opción.
Lucia Aldao.

Hoy

Ayer fui. Mañana sere. hoy soy.
Por eso hoy te digo que te quiero...
Hoy te escucho...
Hoy te pido disculpas por mis errores...
Hoy te ayudo...
Hoy comparto lo que siento con vos...
Hoy me separode ti sin ninguna palabra pendiente...
Hoy te pido que no me olvides...
Porque hoy respiro, transpiro, veo, pienso, oigo, sufro, lloro, trabajo, toco, rio, amo...
Hoy.
Hoy estoy viva, como vos.
Lucia Aldao

Dedicado a Sonia Re ... Ella sabe porque.

Odo

En su pueblo natal Odo reposa
en un lecho de musgo pues no habia otra cosa
¡Que triste era verlo bajo la luna llena
sin capa ni manta echo una pena!
Lucia Aldao.

miércoles, 8 de abril de 2009

Los Tres Cerditos

Había una vez tres cerditos que vivían juntos en armonía y mutuo respeto. Sirviéndose de los materiales propios de la zona que habitaban, se construyeron cada uno una hermosa casa. Un cerdito se la construyó de paja, otro de madera y el último de ladrillos.Al terminar, los tres cerditos se sintieron satisfechos de su labor y siguieron viviendo en paz e independencia.

Pero su idílica existencia no tardó en verse desbaratada. Un día, pasó por allí un enorme lobo malo. Al ver a los cerditos, se sintió sumamente hambriento. Cuando los cerditos vieron al lobo, se refugiaron en la casa de paja. El lobo corrió hasta ella y golpeó la puerta con los nudillos, gritando:

-¡Cerditos, cerditos, dejenme entrar!

Pero los cerditos respondieron:

-Tus tácticas no te servirán para asustar a unos cerditos empeñados en la defensa de su hogar y su cultura.

Pero el lobo se negaba a renunciar a lo que consideraba su destino inebitable. En consecuencia, sopló y sopló hasta derribar la casa de paja. Los cerditos, atemorizados, corrieron a la casa de madera con el lobo pisándoles los talones.

Al llegar a la casa de madera, el lobo volvió a golpear la puerta y gritó:

-¡Cerditos, cerditos, dejenme entrar!

Pero los cerditos gritaron a su vez:

-¡Vete al infierno, condenado tirano carnívoro!

Al oír aquello, el lobo se rió para sus adentros. Pensó para sí: «Va a ser una lástima que tengan que desaparecer, pero no se puede evitar eternamente el destino»

A continuación, sopló y sopló hasta derribar la casa de madera. Los cerditos huyeron a la casa de ladrillo con el lobo pisándoles nuevamente los talones.El lobo llegó a la casa de ladrillos y, una vez más, comenzó a golpear la puerta, gritando:

-¡Cerditos, cerditos, dejenme entrar!

Esta vez, y a modo de respuesta, los cerditos se callaron.

Para entonces, el lobo comenzaba a irritarle la obceción de los cerditos en su negativa a contemplar la situación desde una perspectiva carnívora, por lo que sopló y resopló y volvió a soplar hasta que, de repente, se aferró al pecho con las manos y se desplomó muerto como consecuencia de un infarto producido por el exceso de alimentos ricos en grasas.

Los tres cerditos celebraron el triunfo de la justicia y realizaron una breve danza en torno al cadáver del lobo.
Lucia Aldao.

miércoles, 1 de abril de 2009

Hoy

La suma de muchísimos ayeres forma mi pasado, mi pasado se compone de recuerdos felices y tristes.

Algunos están fotografiados y ahora son cartulinas donde me veo pequeña, donde mis padres sigues siendo recién casados, donde mi ciudad parece otra.

El día de ayer pudo haber sido un lindo día, pero no puedo avanzar mirando solo para atrás, corro el riesgo de no ver los rostros de los que se marchan de mi lado.

Quizás el día de mañana amanecerá aun más hermoso, pero no puedo avanzar mirando solo el horizonte, corro el riesgo de no ver el paisaje que se abre ante mis ojos.

Por eso yo prefiero el día de hoy, me gusta pisarlo con fuerza, gozar su sol o estremecerme con su frío, sentir como cada instante me dice ¡presente!

Se que es muy breve, que pronto pasara, que no voy a poder modificarlo ni pasarlo en limpio después…

Como tampoco puedo planificar demasiado el día de mañana:
Es un lugar que todavía no existe.
Lucia Aldao.

sábado, 14 de marzo de 2009

Caperucita y el Lobo

Ese día encontré en el bosque la flor más linda de mi vida. Yo, que siempre he sido de buenos sentimientos y terrible admirador de la belleza, no me creí digno de ella y busqué a alguien para ofrecérsela. Fui por aquí, fui por allá, hasta que tropecé con la niña que le decían Caperucita Roja. La conocía pero nunca había tenido la ocasión de acercarme. La había visto pasar hacia la escuela con sus compañeros desde finales de abril. Tan locos, tan traviesos, siempre en una nube de polvo, nunca se detuvieron a conversar conmigo, ni siquiera me hicieron un adiós con la mano. Qué niña más graciosa. Se dejaba caer las medias a los tobillos y una mariposa ataba su largo cabello. Me quedaba oyendo su risa entre los árboles. Le escribí una carta y la encontré sin abrir días después, cubierta de polvo, en el mismo árbol y atravesada por el mismo alfiler. Una vez vi que le tiraba la cola a un perro para divertirse. En otra ocasión apedreaba los murciélagos del campanario. La última vez llevaba de la oreja un conejo gris que nadie volvió a ver. Detuve la bicicleta y desmonté. La saludé con respeto y alegría. Ella hizo con el chicle un globo tan grande como el mundo, lo estalló con la uña y se lo comió todo. Me rasqué detrás de la oreja, pateé una piedrita, respiré profundo, siempre con la flor escondida. Caperucita me miró de arriba abajo y respondió a mi saludo sin dejar de masticar.
–¿Qué se te ofrece? ¿Eres el lobo feroz?
Me quedé mudo. Sí era el lobo pero no feroz. Y sólo pretendía regalarle una flor recién cortada. Se la mostré de súbito, como por arte de magia. No esperaba que me aplaudiera como a los magos que sacan conejos del sombrero, pero tampoco ese gesto de fastidio. Titubeando, le dije:
–Quiero regalarte una flor, niña linda.
–¿Esa flor? No veo por qué.
–Está llena de belleza –dije, lleno de emoción.
–No veo la belleza –dijo Caperucita–. Es una flor como cualquier otra.
Sacó el chicle y lo estiró. Luego lo volvió una pelotita y lo regresó a la boca. Se fue sin despedirse. Me sentí herido, profundamente herido por su desprecio. Tanto, que se me soltaron las lágrimas. Subí a la bicicleta y le di alcance.
–Mira mi reguero de lágrimas.
–¿Te caíste? –dijo–. Corre a un hospital.
–No me caí.
–Así parece porque no te veo las heridas.
–Las heridas están en mi corazón -dije.
–Eres un imbécil.
Escupió el chicle con la violencia de una bala. Volvió a alejarse sin despedirse. Sentí que el polvo era mi pecho, traspasado por la bala de chicle, y el río de la sangre se estiraba hasta alcanzar una niña que ya no se veía por ninguna parte. No tuve valor para subir a la bicicleta. Me quedé toda la tarde sentado en una roca la pena me invadía. Sin darme cuenta, uno tras otro, le arranqué los pétalos a la flor. Me arrimé al campanario abandonado pero no encontré consuelo entre los murciélagos, que se alejaron al anochecer. Atrapé una pulga en mi barriga, la destripé con rabia y esparcí al viento los pedazos. Empujando la bicicleta, con el peso del desprecio en los huesos y el corazón más desarmado que el de una hoja seca pisoteada por cien caballos, fui hasta el pueblo y me tomé unas cervezas. "Bonito disfraz", me dijeron unos borrachos. Esa noche había fuegos artificiales. Todos estaban de fiesta. Vi a Caperucita con sus padres debajo del samán del parque. Se comía un inmenso helado de chocolate y era descaradamente feliz. Me alejé como alma que lleva el diablo. Volví a ver a Caperucita unos días después en el camino del bosque.
–¿Vas a la escuela? –le pregunté, y en seguida me di cuenta de que nadie asiste a clases con sandalias plateadas, blusa y pollera.
–Estoy de vacaciones –dijo–. ¿O te parece que éste es el uniforme?
–¿Y qué llevas en el canasto?
–Un rico pastel para mi abuelita. ¿Quieres probar?
Casi me desmayo de la emoción. Caperucita me ofrecía su pastel. ¿Qué debía hacer? ¿Aceptar o decirle que acababa de almorzar? Si aceptaba pasaría por ansioso y maleducado: era un pastel para la abuela. Pero si rechazaba la invitación, heriría a Caperucita y jamás volvería a dirigirme la palabra. Me parecía tan amable, tan bella. Dije que sí.
–Corta un pedazo.
Me prestó su navaja y con gran cuidado aparté una tajada. La comí con delicadeza, con educación. Quería hacerle ver que tenía maneras refinadas, que no era un lobo cualquiera. El pastel no estaba muy sabroso, pero no se lo dije para no ofenderla. Tan pronto terminé sentí algo raro en el estómago, como una punzada que subía y se transformaba en ardor en el corazón.
–Es un experimento –dijo Caperucita–. Lo llevaba para probarlo con mi abuelita pero tú apareciste primero. Avísame si te mueres. Y me dejó tirado en el camino, quejándome. Así era ella, Caperucita Roja, tan bella y tan perversa. Casi no le perdono su travesura. Demoré mucho para perdonarla: tres días. Volví al camino del bosque y juro que se alegró de verme.
–La receta funciona –dijo–. Voy a venderla. Y con toda generosidad me contó el secreto: polvo de huesos de murciélago y picos de golondrina. Y algunas hierbas cuyo nombre desconocía. Lo demás todo el mundo lo sabe: manteCa, harina, huevos y azúcar en las debidas proporciones. Dijo también que la acompañara a casa de su abuelita porque necesitaba de mí un favor muy especial. Batí la cola todo el camino. El corazón me sonaba como una locomotora. Corrimos. El sudor inundó su cara. Tan pronto llegamos a la casa y pulsó el timbre, me dijo:
–Cómete a la abuela.
-¿Quee?
–Vamos, hazlo ahora que tienes la oportunidad.
No podía creerlo. Le pregunté por qué.
–Es una abuela rica –explicó–. Y tengo afán de heredar.
No tuve otra salida. Todo el mundo sabe eso. Pero quiero que se sepa que lo hice por amor. Caperucita dijo que fue por hambre. La policía se lo creyó y anda detrás de mí para abrirme la barriga, sacarme a la abuela, llenarme de piedras y arrojarme al río, y que nunca se vuelva a saber de mí. Quiero aclarar otros asuntos ahora que tengo su atención, señores. Caperucita dijo que me pusiera las ropas de su abuela y lo hice sin pensar. No veía muy bien con esos anteojos. La niña me llevó de la mano al bosque para jugar y allí se me escapó y empezó a pedir auxilio. Por eso me vieron vestido de abuela. No quería comerme a Caperucita, como ella gritaba. Tampoco me gusta vestirme de mujer siempre estoy vestido de lobo. Es su palabra contra la mía. ¿Y quién no le cree a Caperucita? Sólo soy el lobo de la historia. Aparte de la policía, señores, nadie quiere saber de mí. Ni siquiera Caperucita Roja. Ahora más que nunca soy el lobo del bosque, solitario y perdido, envenenado por el desprecio. Nunca le conté a Caperucita la indigestión de una semana que me produjo su abuela. Nunca tendré otra oportunidad. Ahora es una niña muy rica, siempre va en moto o en auto, y es difícil alcanzarla en mi vieja bicicleta. Es difícil, inútil y peligroso. El otro día dijo que si la seguía molestando haría conmigo un abrigo de piel de lobo y me enseñó el resplandor de la navaja. Me da miedo. La creo muy capaz de cumplir su promesa.
Lucia Aldao.